
El culto a las reliquias parte de la primitiva iglesia paleocristiana, y estuvo relacionado con los santos mártires. En los primeros tiempos parece ser que las comunidades cristianas guardaban algún recuerdo de aquellas personas que habían sufrido el martirio, tales como objetos que les habían pertenecido, o trozos de sus ropas.
No obstante, de estos primeros siglos de la Iglesia no quedan reliquias con una historia verídica continuada, aunque sí nos quedan algunos de los recipientes en los que se supone eran conservadas.
De estos recuerdos de mártires, así como de los hombres considerados santos se comenzó en la Iglesia Oriental a establecer un culto que pronto se corrió a Occidente, y a aquellos restos de ropas y objetos pronto se añadieron restos humanos, tales como dientes, huesos y todo aquello que resistía a la destrucción del tiempo.
Con el correr de los años aumentó de una manera considerable el culto a las reliquias, las cuales fueron un importantísimo elemento dentro de la religiosidad popular, recibiendo una veneración en muchos casos comparable a la de la Eucaristía. Las reliquias se alojaban en preciosos recipientes, y recibían culto no sólo en los templos, sino que también se sacaban en procesión en diversas ocasiones a lo largo del año, especialmente el día del Santo Titular, en el día del Corpus Christi. Podían también salir en procesión en ocasiones extraordinarias, bien para implorar la lluvia, para proteger las cosechas, para festejar a algún visitante real, o bien en otras festividades.
La llegada del Renacimiento con su sentido razonador y científico supuso un leve descenso en el culto a las reliquias, pero no su desaparición. Se promovieron por el contrario los cultos directos a las imágenes, y sobre todo se destacó enormemente el culto a la Eucaristía a partir de Trento, aunque ya desde el siglo XIV, con la expansión por Europa de la fiesta del Corpus Christi, el culto al cuerpo real de Cristo había ido en aumento, destacándose de una manera considerable la construcción de enormes relicarios – las custodias de torre – para alojar y mostrar el cuerpo de Cristo.

No obstante, el culto a las reliquias de los santos siguió existiendo, y como consecuencia siguieron construyéndose bellos recipientes para contenerlas a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, comenzando su verdadera decadencia en la segunda mitad de esta última centuria. Uno de los ejemplos de la afición a las reliquias en la Edad Moderna lo hallamos en la familia del Conde-Duque de Olivares, cuyos antecesores ya iniciaron la recolección de reliquias, que fueron acrecentadas por él mismo, construyendo una capilla dedicada a ellas en su iglesia de Olivares – hoy parroquia-. La capilla se halla cubierta de estantes en los que se alojan más de 80 relicarios, entre los que se encuentran las más sorprendentes reliquias, como por ejemplo una moneda de las que componían las 30 por las que se vendió a Cristo. La moneda en realidad no es de plata sino de oro, y corresponde a un emperador bizantino que reinó entre fines del siglo VII y principios del VIII 1.
Sin embargo, el culto a las reliquias continua su camino descendente durante el Barroco, época en la que la piedad popular necesita imágenes visibles y expresivas de los santos, y no pequeños y misteriosos objetos que prácticamente son invisibles para el pueblo.

A las reliquias se les atribuyó siempre un poder benefactor para el que las veía o tocaba, o simplemente rezaba ante ellas, y para ello era bueno no sólo contemplarlas en los templos, sino tenerlas también en las casas, dentro de cajitas o retablitos, en los que además de las reliquias había imágenes de la Virgen o de Cristo, o incluso del mismo santo al que pertenecían las reliquias.
Las reliquias se llevaron también colgadas al cuello, o a la cintura para preservarse de las enfermedades, costumbre ésta muy habitual en los niños, que tuvieron hasta los comienzos del siglo XX un altísimo índice de mortalidad.
1 Morales, A.: Sanz, M.J. Serrera, J.M y Valdivieso, E.:. Guía artística de Sevilla y su provincia, Sevilla, 1981, 2ª ed.,, 1989, pp. 304. La moneda corresponde al emperador Tiberio II que reinó entre el 698 y el 705.
Por María Jesús Sanz
Catedrática Titular de Historia del Arte
Universidad de Sevilla
Bibliografía: Las Cofradías de la Santa Vera Cruz. Actas del I Congreso Internacional de Cofradías de la Santa Vera Cruz.