
«…La Cruz ya no es ignominia, sino señal del inconmensurable amor de Cristo. Esa Cruz que es fuente inagotable de espiritualidad cristiana, que se lleva en el trabajo de cada día, que es señal para iniciar y bendecir nuestras acciones más sagradas. Esa Cruz que preside nuestra casa y la tumba de nuestros muertos queridos. Siempre es señal de vida y de resurrección.
Y fue buscada la Cruz. El hallazgo del Lignum Crucis sirvió para incrementar más la devoción, la espiritualidad, la veneración a la santa y verdadera Cruz. Cristo, Señor de la vida y de la historia, no es una venerable reliquia del pasado. El ideal vivo y perenne. De su palabra se vive. En su compañía se camina. Se goza con su presencia interior. se participa de su misión salvadora.
Los franciscanos y la Cruz.
La humanidad de nuestro Señor Jesucristo siempre fue objeto de especial veneración. se buscaron las huellas que el Señor había dejado a su paso por la tierra. para San Francisco, la regla y vida y vida consistía en la observancia del santo evangelio (2R 1, 1). Leer el evangelio es contemplar a Cristo. no es un libro para leer, sino para hacerlo vida. no es un código de conducta, sino la forma de vida del Señor Jesucristo. No es un punto de referencia para el discernimiento, sino la voluntad expresa de Dios.

En todas las páginas del más genuino espíritu franciscano está la presencia de la Cruz. El mismo San Francisco, desde la primera Regla para la vida de los hermanos, hasta el Oficio de Pasión, compuesto por él mismo, hay una constante y venerada referencia a la Cruz de Cristo. <<De lo único que podemos gloriarnos, decía, es de nuestras debilidades y de cargar cada día con la Santa Cruz de nuestro Señor Jesucristo>> (Admoniciones, 5, 8).
San Francisco acude en peregrinación a los santos lugares de Jerusalem. Allí se quedaría los franciscanos hasta el día de hoy. Y uno de los piadosos oficios en que se ocupaban era el de recorrer los pasos que el Señor diera en los días de su pasión y de su muerte. Era el camino de la Cruz. era el via crucis. Y no sólo se haría ya ese piadoso camino en los lugares de Jerusalem, sino que en torno a algunos conventos se ponían las estaciones. el via crucis era práctica diaria de devoción.
En torno a esos conventos y a esas devociones, surgieron grupos de personas que, asociándose en cofradía y Hermandad, buscaban caminos de devoción y de penitencia. Así nacieron las cofradías de la Vera Cruz. De la devoción a la Santa Cruz, al amor fraterno. La Cruz era señal del inmenso amor de Cristo. Y ese amor tenía que vivirse entre los hermanos. Junto a la capilla de la Vera Cruz, un albergue para los pobres, un hospicio para los desvalidos. Hospitales, atención a los menesterosos… Era tomar la Cruz de Cristo viva en el dolor de los hombres.
Hermandades de penitencia.
Aquellos hombres querían llevar una vida auténticamente cristiana. Ningún camino mejor para conseguirlo que el de la Cruz de Cristo. ¡ Líbrenos Dios de gloriarnos en otra cosa!. Los primeros cofrades se asociaban para vivir y manifestar su fe cristiana, para practicar la caridad, para orar juntos, para convertir su corazón a Dios. A fin de expresar visiblemene lo que llevaban en su espíritu, pusieron ante el pueblo la imagen que simbolizada los sentimientos religiosos que mejor definían el fin de la cofradía. En la capilla, en el hospital, en los leprosarios, los hermanos hacían penitencia recordando el sufrimiento de Cristo en la Cruz y acudían en socorro de enfermos y menesterosos. El culto y la devoción eran inseparables de la caridad y de la penitencia. Y su forma de vida iba tomando cada vez mayor importancia religiosa y social.
Las cofradías eran siempre una llamada a la conversión. Eran cofradías de penitencia. Y la práctica de la caridad estaba siempre entre sus propósitos más queridos. También querían acercar el misterio de Cristo a los hombres y lo hacían siguiendo la tradición católica del culto y veneración a las imágenes que representaban loa ministerios del Señor. En el medio social en el que vivían, manifestaban públicamente su fe. Y lo hacían con obras y con palabras. Buscaban las huellas de la humanidad de Cristo y el lenguaje de los hombres. Y así hablaban de Dios. No eran ajenas a la cultura de los hombres. Al contrario, en ella buscan el camino para hablar de Dios en un lenguaje inteligible y convincente.
Con el tiempo, las cofradías van a ser algo más que una asociación religiosa. Su importancia social, cultural, incluso económica, fue aumentando. En muchos casos, otros intereses hicieron olvidar la motivación religiosa original. Esos intereses hicieron languidecer la vida de las cofradías y hasta la desaparición de muchas.
Las cofradías fomentaron la creación artística, especialmente en las imágenes dedicadas al culto. Los mejores artistas trabajaron para las cofradías. La imagen era la expresión de la espiritualidad y de la vida de la hermandad y una catequesis sensible del misterio que se celebraba. El arte estaba al servicio de la fe. La mejor imagen de Dios es siempre el hombre, por eso el arte no hacía sino reflejar sensiblemente el amor a Dios que tenía el hombre de fe.
Las imágenes son bellas, pero más hermoso es el misterio que representan. La imagen es como un camino hacia lo divino a través del original representado, como una función que relaciona al hombre con lo trascendente. Lo que es la palabra para el oído, lo es el icono para la vista. El hombre contempla la imagen, debe convertirse en imagen viva de Cristo. El hombre es la imagen de Dios. Si las imágenes son bellas, más hermoso es el rostro del Señor humillado para enaltecernos.
Es mérito de las cofradías el haber creado y conservado un notable patrimonio cultural y artístico. Patrimonio cultural de valor preferente e inalienablemente religioso, pero que encierra también un gran interés artístico y expresa la cultura de cada época.
Carlos Amigo Vallejo
Cardenal franciscano y arzobispo emérito de Sevilla
Extracto de la ponencia Las Hermandades de la Vera Cruz, entre la Historia y el futuro.
Actas del I Congreso Internacional, Sevilla 19-22 de marzo de 1992.
José Sánchez Herrero.

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