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Las Hermandades de la Vera Cruz, entre la Historia y el Futuro, por Carlos Amigo Vallejo

Cardenal Amigo Vallejo

«…La Cruz ya no es ignominia, sino señal del inconmensurable amor de Cristo. Esa Cruz que es fuente inagotable de espiritualidad cristiana, que se lleva en el trabajo  de cada día, que es señal para iniciar y bendecir nuestras acciones más sagradas. Esa Cruz que preside nuestra casa y la tumba de nuestros muertos queridos. Siempre es señal de vida y de resurrección.

Y fue buscada la Cruz. El hallazgo del Lignum Crucis sirvió para incrementar más la devoción, la espiritualidad, la veneración a la santa y verdadera Cruz. Cristo, Señor de la vida y de la historia, no es una venerable reliquia del pasado. El ideal vivo y perenne. De su palabra se vive. En su compañía se camina. Se goza con su presencia interior. se participa de su misión salvadora.

Los franciscanos y la Cruz.

La humanidad de nuestro Señor Jesucristo siempre fue objeto de especial veneración. se buscaron las huellas que el Señor había dejado a su paso por la tierra. para San Francisco, la regla y vida y vida consistía en la observancia del santo evangelio (2R 1, 1). Leer el evangelio es contemplar a Cristo. no es un libro para leer, sino para hacerlo vida. no es un código de conducta, sino la forma de vida del Señor Jesucristo. No es un punto de referencia para el discernimiento, sino la voluntad expresa de Dios.

San Francisco abrazado a la Cruz, Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1668-1669, Museo de Bellas Artes de Sevilla

En todas las páginas del más genuino espíritu franciscano está la presencia de la Cruz. El mismo San Francisco, desde la primera Regla para la vida de los hermanos, hasta el Oficio de Pasión, compuesto por él mismo, hay una constante y venerada referencia a la Cruz de Cristo. <<De lo único que podemos gloriarnos, decía, es de nuestras debilidades y de cargar cada día con la Santa Cruz de nuestro Señor Jesucristo>> (Admoniciones, 5, 8).

San Francisco acude en peregrinación a los santos lugares de Jerusalem. Allí se quedaría los franciscanos hasta el día de hoy. Y uno de los piadosos oficios en que se ocupaban era el de recorrer los pasos que el Señor diera en los días de su pasión y de su muerte. Era el camino de la Cruz. era el via crucis. Y no sólo se haría ya ese piadoso camino en los lugares de Jerusalem, sino que en torno a algunos conventos se ponían las estaciones. el via crucis era práctica diaria de devoción.

En torno a esos conventos y a esas devociones, surgieron grupos de personas que, asociándose en cofradía y Hermandad, buscaban caminos de devoción y de penitencia. Así nacieron las cofradías de la Vera Cruz. De la devoción a la Santa Cruz, al amor fraterno. La Cruz era señal del inmenso amor de Cristo. Y ese amor tenía que vivirse entre los hermanos. Junto a la capilla de la Vera Cruz, un albergue para los pobres, un hospicio para los desvalidos. Hospitales, atención a los menesterosos… Era tomar la Cruz de Cristo viva en el dolor de los hombres.

Hermandades de penitencia.

Aquellos hombres querían llevar una vida auténticamente cristiana. Ningún camino mejor para conseguirlo que el de la Cruz de Cristo. ¡ Líbrenos Dios de gloriarnos en otra cosa!. Los primeros cofrades se asociaban para vivir y manifestar su fe cristiana, para practicar la caridad, para orar juntos, para convertir su corazón a Dios. A fin de expresar visiblemene lo que llevaban en su espíritu, pusieron ante el pueblo la imagen que simbolizada los sentimientos religiosos que mejor definían el fin de la cofradía. En la capilla, en el hospital, en los leprosarios, los hermanos hacían penitencia recordando el sufrimiento de Cristo en la Cruz y acudían en socorro de enfermos y menesterosos. El culto y la devoción eran inseparables de la caridad y de la penitencia. Y su forma de vida iba tomando cada vez mayor importancia religiosa y social.

Las cofradías eran siempre una llamada a la conversión. Eran cofradías de penitencia. Y la práctica de la caridad estaba siempre entre sus propósitos más queridos. También querían acercar el misterio de Cristo a los hombres y lo hacían siguiendo la tradición católica del culto y veneración a las imágenes que representaban loa ministerios del Señor. En el medio social en el que vivían, manifestaban públicamente su fe. Y lo hacían con obras y con palabras. Buscaban las huellas de la humanidad de Cristo y el lenguaje de los hombres. Y así hablaban de Dios. No eran ajenas a la cultura de los hombres. Al contrario, en ella buscan el camino para hablar de Dios en un lenguaje inteligible y convincente.

Con el tiempo, las cofradías van a ser algo más que una asociación religiosa. Su importancia social, cultural, incluso económica, fue aumentando. En muchos casos, otros intereses hicieron olvidar  la motivación religiosa original. Esos intereses hicieron languidecer la vida de las cofradías y hasta la desaparición de muchas.

Las cofradías fomentaron la creación artística, especialmente en las imágenes dedicadas al culto. Los mejores artistas trabajaron para las cofradías. La imagen era la expresión de la espiritualidad y de la vida de la hermandad y una catequesis sensible del misterio que se celebraba. El arte estaba al servicio de la fe. La mejor imagen de Dios es siempre el hombre, por eso el arte no hacía sino reflejar sensiblemente el amor a Dios que tenía el hombre de fe.

Las imágenes son bellas, pero más hermoso es el misterio que representan. La imagen es como un camino hacia lo divino a través del original representado, como una función que relaciona al hombre con lo trascendente. Lo que es la palabra para el oído, lo es el icono para la vista. El hombre contempla la imagen, debe convertirse en imagen viva de Cristo. El hombre es la imagen de Dios. Si las imágenes son bellas, más hermoso es el rostro del Señor humillado para enaltecernos.

Es mérito de las cofradías el haber creado y conservado un notable patrimonio cultural y artístico. Patrimonio cultural de valor preferente e inalienablemente religioso, pero que encierra también un gran interés artístico y expresa la cultura de cada época.

Carlos Amigo Vallejo
Cardenal franciscano y arzobispo emérito de Sevilla
Extracto de la ponencia Las Hermandades de la Vera Cruz, entre la Historia y el futuro.

Actas del I Congreso Internacional, Sevilla 19-22 de marzo de 1992.
José Sánchez Herrero.

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Bibliografía crucera. El Árbol Viviente, de Louis de Wohl

Editado por Arcaduz, resulta ser una apasionante biografía de Santa Elena que destacó por ser la madre del emperador Constantino, primer emperador romano convertido al cristianismo, y por buscar la Vera Cruz.

Una novela inspirada en la época de Constantino, primer Emperador romano convertido al cristianismo. El autor nos relata la vida, llena de aventuras, de la Emperatriz Santa Elena y la búsqueda de la verdadera Cruz de Jesús. A lo largo de cincuenta años, Louis de Wohl reconstruye el clima de la cristiandad primitiva en esta historia de amor, intriga, romance y ambiciones políticas.

El árbol viviente es un capítulo medio olvidado de la historia y de la leyenda, en el que los conflictos religiosos y los problemas políticos del momento están narrados con la amena sencillez a que nos tiene acostumbrados el autor de La luz apacible y de La lanza.

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Bibliografía: Ecce Lignum Crucis

Por José María Queimadelos Prieto (1959), cofrade de la Santísima Vera Cruz del Monasterio de Santo Toribio de Liébana y Editorial Enseñanza-Santander. La Introducción está a cargo del Rvdo. Padre D. Desiderio Gómez Señas, (QEPD). 

Editado en el año 1959, destaca de su lectura el informe sobre la clasificación científica y extrema antiguedad de la madera del Lignum Crucis, realizada a través de pruebas de datación de radiocarbono o carbono 14 por el Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias de Madrid.

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Bibliografía crucera vallisoletana. «Reina y Madre del Dolor»

Reina y Madre del Dolor

La Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz recoge en esta publicación la historia de sus ofrecimientos de los dolores en el libro ‘Reina y madre del dolor’, obra literaria que fue presentada en el mes de marzo de 2017.

El prólogo de la publicación está a cargo del Presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Valladolid, el Cardenal Ricardo Blázquez; la obra recoge estos ofrecimientos que se celebran cada Sábado Santo desde 1960. La presente edición amplía y completa la realizada en 1998 con motivo del V Centenario del primer documento que se conserva en el que se hace mención expresa de la cofradía, en el que el Concejo de Valladolid le concede una ayuda para «facer el umilladero que se a facer a la Puerta del Campo, donde está puesta la cruz». La nueva publicación se amplía con los textos de los ofrecimientos realizados con posterioridad a la impresión de la primera obra, además de completar algunos de los documentos perdidos en la primera edición y de recopilar un buen número de nuevas fotografías. Asimismo, incluye las biografías de los cinco arzobispos con los que ha contado la Archidiócesis desde la puesta en marcha del ofrecimiento, en reconocimiento al «apoyo permanente» que han mostrado a la cofradía. Se trata de José García Goldáraz, Félix Romero Menjíbar, José Delicado Baeza, Braulio Rodríguez Plaza y Ricardo Blázquez.

Texto y Fotografía:
Cofradía de la Santa Vera Cruz de Valladolid